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Me gustan esas personas que no se esconden. Reflexión Padre Padilla

Me gustan las personas que asumen el riesgo que tiene vivir la vida en serio. Dicen que sí cuando no tienen razones para evitar el esfuerzo. Asumen lo que les piden con una sonrisa, sin amarguras. Luchan en grandes batallas y les gusta dar la vida por aquello en lo que creen. Tienen sueños y no se desaniman. Y siempre te van a responder con una sonrisa ancha y una mirada a los ojos.



Hay actitudes que no se aprenden, se nace con ellas. Algunos, cuando ven el partido perdido, tiran la toalla y dejan de luchar. Pero hay otras personas que siguen remando, no se desaniman, no dejan de creer en sus posibilidades. Con eso se nace. Hay una forma de ser generosa, altruista, desinteresada que hace que el corazón de esas personas esté más cerca del cielo que de la tierra. Aman al mundo, está claro, con su carne y con su alma, pero están muy cerca de ese corazón de Jesús que supo amar hasta el extremo.


Me gustan esas personas que no se esconden. No temen la confrontación ni la lucha. Saben lo que tienen porque se poseen a sí mismos. Saben hacia dónde se encaminan. No transan en sus principios. No se dejan llevar por lo que los demás piensan sobre ellos. Tienen certezas que sostienen sus vidas. Saben que han llegado hasta donde se encuentran con sus propias armas, siendo fieles a sí mismo, auténticos, verdaderos. Sin ocultar sus intenciones, sin esconder sus debilidades.



Asumen siempre que es Dios el que puede hacer grandes obras con ellos. Sin el Espíritu no son nada. Son ciudadanos del mundo pero viven anclados al cielo. Son transparentes de la misericordia divina. Su debilidad los hace más humildes. No han vencido siempre. Han fallado, han caído, han vuelto a empezar y a creer. El problema en la vida tiene que ver con la mente y con el corazón. Tienen que estar en armonía. Tener actitudes que me ayudan a luchar y salir adelante. Cuando mi corazón está bien puesto. Cuando me sé amado y puedo descansar en los que me aman. Ese amor le da a mi corazón una estabilidad sagrada.

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